María Ruiz Serrano:

 

ENTRE EL TIEMPO



 

“… Nada es lo suficientemente fuerte para luchar contra el tiempo. Habrás hecho trampas, ganado migajas, segundos. […]  Nunca dejaron de contar las horas, los minutos, los días y las estaciones. Habrás hecho como que lo olvidabas, habrás caminado por la noche, dormido por el día. Nunca has podido engañarlo del todo.”

 

                                                                             Georges Perec. Un hombre que duerme.

 

 

La emoción estética que se desprende de la forma de relacionarnos con el espacio no puede ser más compleja y variable, las huellas que dejamos sobre él, van forjando un itinerario plagado de infinitos matices y connotaciones que anidan entre la quietud y el movimiento, entre lo particular y lo universal. Nuestra existencia, a la que concedemos tanta importancia, es simplemente un diminuto vestigio que forma parte del binomio metafísico espacio-tiempo, en el que también cohabitan infinidad de seres vivos, objetos cotidianos, sustancias, símbolos y signos que enlazan con nuestra propia condición, determinándola, y que frecuentemente la realidad y la ficción esconden. Susanne Themlitz (Lisboa, 1968), los pone al descubierto en esta impactante exposición que se articula como un espacio onírico y fragmentado aunque conceptualmente interrelacionado y complementario.

 

El mero hecho de observar y caminar por un lugar, hace que sintamos una sensación ambivalente. Por un lado, nos adueñamos de ese lugar, debido a que la indagación del mismo es correlativa a la pertenencia, pero a la vez, la incidencia del tiempo, bien sea por su fluidez, su estatismo o por su desmaterialización, favorece que florezca en nosotros un sentimiento de desposesión nostálgica del espacio. Esta inevitable paradoja, nos conducirá a establecer un variado espectro de percepciones y relaciones con los elementos que lo configuran. Al fin y al cabo, es el tiempo quien otorga existencia y movimiento permanente al universo y a todo lo que forma parte de él.

 

Nuestra situación en este paraje es excepcional, sabiamente Susanne despliega un enriquecedor microcosmos, en el que guiados por nuestra inherente pulsión nómada, nos movemos descubriendo sorprendidos elementos del todo singulares, ya sean irreales o cotidianos, que parecen tener un emplazamiento concreto al servicio de nuestra propia experiencia. La posición física y mental que tomamos al transitar por este espacio, está marcada por la mínima distancia, lo que provoca una identificación inmediata, y el destino de nuestras reflexiones y de nuestros pasos estará asociado al intento de descifrar códigos y secretos que se ocultan detrás de cualquier detalle, que nos desconcertarán por lo insólito de las representaciones, pero que nos orientarán de nuevo por su cotidianeidad intrínseca.

 

Susanne Themlitz plantea este espacio tripartito como un paisaje que parece regido por sus propias reglas cronológicas, tal vez suspendido entre el pasado y el presente, pero no por eso inmovilista, ajeno a cualquier referencia externa que no proceda del imaginario personal de la artista, conjugándose la estática y la dinámica en permanente juego combinatorio. La soledad se inmiscuye en este engranaje, y consciente de su intangibilidad, nuestra artista la conceptualiza confiriéndola diferentes matices y significados, soledad rotunda, soledad sosegada, hipnótica, aséptica, envolvente…

 

Dos sencillas columnas marcan el eje central de este pequeño y particular ecosistema. A lo largo de una de ellas, serpentea una suerte de organismo indefinido, de compleja representabilidad. En cualquier caso, posee reminiscencias biológicas, es silente, alargado y sinuoso, con un movimiento dual, ya que parece querer desligarse de su sustrato privado, pero a la vez volver a él. En la otra, también aparece otro elemento que no posee unas referencias zoomorfas tan claras como el anterior, pero que entraña una doble condición de inercia y vida, aglutinado y letárgico se aferra a la materia concentrándose sobre su propio volumen. Este tipo de organismos, algunos de aspecto anélido, nos irán sorprendiendo a lo largo del recorrido con diferentes morfologías, colores y materiales, asomándose sobre las instalaciones, custodiándolas y sacralizándolas, por el suelo, en los paisajes, conquistando las paredes, configurando frisos multisemánticos, dueños de un sueño propio y absorto contenido en su envoltura onírica y en su lentitud arrolladora. Pese a su indefinición, la plasticidad y la naturaleza regenerativa de la que participan estas formas, se potenciará debido al poder evocador que suscitan en nosotros.

 

En este sentido, también son interesantes y reveladoras las estructuras de forma tubular, las cuales, no contienen esa esencia orgánica que caracteriza a los elementos de los que hemos hablado con anterioridad, presentan una factura más artificial, pero tejen un proceso comunicativo entre el espectador y el espacio igualmente sugestivo, de ellas surgen apéndices anexos o que cuelgan, esta idiosincrasia expansiva contribuirá a dar pie a un caudal de nuevas interpretaciones. Pueden estar aisladas o conectando estructuras arquitectónicas, en tal caso, actuarían como  catalizadoras de la energía que existe entre esas estructuras, como un nexo contenedor por el que fluye la fuerza y la presencia que emana de los objetos. Son formas mutantes desprovistas una clara identidad, pero con un significado intrínseco potente y abstracto, en cierto modo, son comparables a los objets trouvés de las composiciones surrealistas, que poseen autonomía e importancia por sí mismos, pero que también constituyen una fascinante agregación poética y conceptual que contribuye a reforzar la dimensión trascendente y estética del espacio artístico en el que se sitúan. Tampoco pasan desapercibidas en este bosque inédito y perturbador las setas, como signo iconográfico eficaz, reclaman nuestra atención remitiéndonos al mundo infantil, pero también al peligro, al deseo, la alucinación, la distorsión… Se afirman sobre la tierra autónomamente, sin dar la sensación de proceder de ella.

 

Pero si hay un elemento definidor, que conecta al observador con este paisaje insondable, y posiblemente con el ideario de Susanne Themlitz, es, a mi modo de ver la figura humana, ¿humana?... Desde luego, estas esculturas no manifiestan una fisonomía convencional, son misteriosos transeúntes sin rastro, cuerpos carentes de cabeza aunque curiosamente pensantes y reflexivos, emblemáticos y poderosamente llamativos. Van calzados con unas botas, que lejos de ser un complemento accesorio, constituyen un certero elemento, que los adhiere con mayor firmeza a la tierra, al mundo más real, y que subraya el componente errante de todo ser humano. Su materialidad maleable es provocadora y encierra infinitos significados, desprovistos de rasgos faciales y manos, su animación y poder expresivo se concentra en sus contornos fantasiosos y sumamente elocuentes, que se expanden y se contraen en un mundo suspendido, debatiéndose entre la vacuidad y la plenitud, entre la huída y la permanencia.

 

Pero como a nosotros mismos, la envoltura de tiempo que reviste a estas figuras las modifica y las deforma, y en esa deformación es donde radica su humanidad y su absoluta autenticidad. Parecen participar de un vehemente proceso de reconstrucción, intentando recobrar una identidad perdida a causa de las heridas de la comunicación, y esa búsqueda de identidad es un rasgo sólido, constante e innato de nuestra propia naturaleza. Esta analogía, Susanne la transforma en una formidable estrategia artística, confiriendo a sus esculturas la facultad de tender  puentes entre el espectador, ella misma y la exposición, facilitando la completa integración de todos los participantes y de todos los puntos de vista. No debemos dejar de lado la profunda carga poética que reside en las finas e imposibles extensiones que germinan en las inexistentes cabezas de estas figuras, se alargan sutilmente conectando las entrañas con ideas circundantes superiores y estados anímicos universales, pudiendo derivar en una terminación esférica que atesora todas esas ideas, que tal vez podría ser el contundente fruto de un árbol, aludiendo a una posible dimensión vegetal y a la regeneración, o una pequeña metáfora liviana y palpable del cosmos y de la eternidad.

 

Todo este universo, también necesita una representación artística propia que reivindique sus valores y su trascendencia, Susanne Themlitz, la concretará a través de los paisajes dispuestos a lo largo de la sala. Son dibujos impregnados de un fuerte lirismo que completan los conceptos que hemos ido tratando. A través del óleo, el grafito, el collage o la acuarela cataliza y amalgama la energía y la melancolía, reflejando íntimamente la relación versátil e integradora de cualquier ser con el universo. Algunos de ellos, son todo un tratado del dibujo, en los que cada trazo se configura sobre el soporte como un acto poético, estructurando un diseño concienzudo y minucioso, otros en cambio, recrean atmósferas regidas por una magistral acción del color, presente de una forma evanescente y atemporal. Entre un sinfín de temas, de nuevo observamos al individuo, frágil, diseccionado y en proceso de metamorfosis, pero también al hombre paralizado e incomunicado, en busca de su lucidez, al insecto cuya importancia no desmerece frente a la del ser humano, hongos fantasiosos que en absoluto están a merced del entorno, sino que incluso se imponen a él, casas acogedoras y recónditas que cobijan vivencias  y misterios… Es curioso como Susanne también se sirve de estos dibujos para hacer referencia a la actividad artística que desempeña, pinta instrumentos y mesas de trabajo, diseños, papeles en blanco… mediante toda esta iconografía elaborará una metapintura que nos transmita también el devenir de su quehacer creador.

 

Hombres, animales, plantas, objetos, y artilugios operativos pero imprecisos, constituyen un variopinto elenco de imágenes irrepetibles que dan vida a lugares de esencia mitológica, en los que todos los personajes tienen una semejanza jerárquica. Montañas, rocas y espirales eternas surgidas al amparo de una línea cuidadosa y tenaz, coexisten junto a representaciones tonales abstractas, en una misma dimensión concreta e intangible de agua, tierra y aire, contrastada pero apacible, a la que pertenecen el pez, el caracol y el propio corazón.

 

La potencia de esta muestra, transmite una imagen clara de la devoción que Susanne Themlitz siente por su trabajo, apasionada e incansable trasciende realidades y configura universos experimentales, desde los que a través de un premeditado juego de pensamiento invoca al espectador, acompañándole cómplice, arrojando luces para dilatar su comprensión y hacer prosperar su percepción, logrando de este modo una total comunión.